Pandemia e historia radical
DAVID DÍAZ ARIAS
Hace unas semanas, en media pandemia por la Covid-19, se emprendió una leve (aunque nunca profunda) discusión sobre la pertinencia de remover el monumento a León Cortés Castro, presidente de Costa Rica entre 1936 y 1940, ubicado en La Sabana. El argumento a favor de quitar la estatua, aunque renovado, es más bien viejo y tiene por origen una representación de Cortés que hizo el Partido Comunista de Costa Rica al final de la década de 1930 y que exponía a Cortés, y a sus cercanos colaboradores incluyendo a varios miembros del Partido Republicano Nacional, como nazis y simpatizantes de Hitler.
Ese conato de discusión mostró levemente el poder que la “historia” y sus objetos tienen en la vida cotidiana: la historia no está muerta, sino que vive y el ser humano, al decir de un gran historiador del siglo XX, se mueve en ella como pez en el agua. Esta visión de la historia no solo fue el resultado local, como se aseguró en su momento, de las grandes movilizaciones de afroamericanos en contra del racismo institucional-policial en los Estados Unidos, sino más bien de un cambio en la visión del tiempo que ha provocado la cuarentena global y nacional.
Así, si en las últimas décadas se había cultivado un narcisismo presentista que negaba el pasado o lo silenciaba y no tenía preocupación por el futuro, la pandemia, incluso más que las alertas dadas por ambientalistas desde hace años para salvar el planeta, puso en jaque el poder de la “dictadura del presente”. De esa forma, por doquier, la gente ha mirado al pasado para intentar encontrar en él momentos parecidos a este y con eso consolarse de que esta pandemia no es el fin de la humanidad y de que el pasado, esas experiencias contra otras pandemias, nos asegura que tendremos también un futuro. En esta cuarentena el pasado importa, justamente, porque nos permite creer en la vida futura.
Pero la vida futura, si se sigue pareciendo a la pasada, no tendrá mucha esperanza. En cambio, pensar en que este difícil transe social y económico nos permitirá crear otro mundo podría ayudarnos a utilizar la cuarentana no solo para sobrevivir, sino para que se ensanche la posibilidad de vivir decentemente en ese futuro cercano. Y sobrevivir a la dictadura presentista para vivir ese futuro implica, por eso, impedir que lo que sí nos ha hecho menos desiguales se esfume con ese otro virus individualista que carcome nuestra sociedad desde hace varios lustros.
Y el pasado puede darnos ejemplos de que esto también es posible; el pasado importa no solo porque nos permite ver lo que fue, sino porque en esas experiencias se encuentran también ejemplos de que la desigualdad y la exclusión también se pueden vencer con un esfuerzo colectivo. Y lógicamente, que el pasado nos permita ver esas posibilidades depende de que quienes lo construyen, los historiadores, tengan esa misión entre sus metas.
Al plantear su propuesta por una “historia radical” en 1970, el historiador estadounidense Howard Zinn tenía en mente justamente esa idea. Para él, el pasado estaba vivo en su misión de cuestionar que las cosas siempre han sido así y aseguraba que, aunque la historia no podía proveernos de una total confirmación de que una sociedad mejor era inevitable, sí podía darnos evidencia de que una sociedad así es algo concebible. La importancia de la historia, así, trasciende su conocimiento e involucra la presencia de esa indomable idea de que seremos mejores y estaremos mejor. Si la cuarentena logra realmente posicionarnos en ese carril de la historia, podremos vencer no solo esta pandemia sino las otras que han crecido descontroladamente: la violencia, la injusticia, la persecución a las minorías y la incomprensión.
DAVID DÍAZ ARIAS
Historiador