El elusivo ciclo de admoniciones: Diagnóstico, escenarios y soluciones
La fastuosa cualidad de ser observador es una condición ambivalente, en algunas ocasiones es el mejor aliado de las cosas efímeras, que se descubren solo gracias a la natural e impertinente necedad del voyerista, pero en otras obliga al sujeto a presenciar impertérrito cómo se percuden las paredes de sus pequeñísimos fortines.
Lo segundo, que denominaré el tormento del observador, comúnmente abruma el beneficio de lo primero, sin embargo ese es precisamente nuestro estado actual: asistimos a una de las coyunturas de lasitud más profundas de los últimos veinticinco años en nuestro país, un episodio que conjuga un deterioro fundamental en varios de los indicadores económicos con una crispada dilatación del pesimismo.
La existencia de estos dos esquemas demanda eludir las prerrogativas del ser observador solamente y nos invita a detenernos, a afianzar los pies y recuperar el equilibrio, a respirar profundo y preguntarnos, retóricamente, ¿qué nos ha sucedido?
Pretendo entonces, en tres partes (una por columna), intentar contestar esa pregunta desde la perspectiva económica; la primera parte analizará el estado actual de los principales indicadores a manera diagnóstica, la segunda procurará conjeturalmente describir los escenarios hacia los que nos dirigimos de continuar la actual senda económica y en la tercera parte se definirá una batería de soluciones basada en reformas de política pública, cuya aplicación permitiría una reinversión de las condiciones para retomar la vía del crecimiento.
La función del observador parece debe exceder su parsimonia como de escribano y la única manera de liberarse de lo que parece un ciclo discursivo de diagnósticos y advertencias, es la franca oposición al determinismo de la admonición, es decir la redención de la actuación. Bien decía Dante que los lugares más hirvientes del infierno están dispuestos para quienes en tiempos de crisis eligieron la neutralidad.
I Parte: Diagnóstico.
1. Una falacia. El más reciente Informe del Estado de la Nación en Desarrollo Humano Sostenible se atreve a afirmar que “el sistema político produjo respuestas que evitaron una crisis económica y abrieron un frágil y corto compás de tiempo para corregir el rumbo del país” como primer mensaje, aduciendo que fueron “las respuestas políticas” las que evitaron una crisis económica y política mayúscula. Tal sentencia es muy valiente, admitir en el mismo párrafo que la actual administración adolece de falta de legitimidad por el débil mandato electoral sobre el que se constituyó y que le falta cohabitación legislativa e inmediatamente atreverse a decir que ha sido por su accionar que no estamos en crisis es, cuando menos, inexacto.
El tema no es qué nos evitó la magnánima sapiencia del gobierno sino a qué costo y quién paga la reforma fiscal para salir de la insolvencia más crítica de la última década. En un artículo publicado el 30 de agosto del año anterior (Reforma fiscal, ¿para qué?) pretendí hacer evidente el hecho de que la reforma fiscal era esencialmente regresiva, el 10% más pobre destina más del 8% de sus ingresos solamente al pago del Impuesto al Valor Agregado (IVA), en tanto que el 10% más rico destinaría solo 1.37% de su ingreso.
Dirán quienes piensen que la presentación relativa de los datos es una trampa retórica, que lo anterior en términos absolutos invierte el análisis, sin embargo debemos pensar en qué tan lesivo es para cada sector el desprenderse de su respectiva porción fiscal. Para los más ricos sus decisiones de consumo no se verán afectas considerablemente y se reducen a comprar una o dos botellas de vino, mientras que para los más pobres, las decisiones se basan en hacer tres o menos tiempos de comida al día.
Por otra parte nuestra economía se está desacelerando, el ritmo de crecimiento medio cerró en el primer semestre del presente año en 1.6%, una reducción del 50% con respecto al mismo período del año anterior; solamente el régimen de Zona Franca ha mantenido un crecimiento superior al 8% (lo que le permite duplicar su producción aproximadamente cada 9 o 10 años), esto no se debe a que “dé la cara” por la economía sino que la calidad del gasto tributario y el régimen de exenciones (en el que se encuentran las grandes cooperativas) asciende a 5.34% del PIB, es decir que no soporta los niveles de compromiso a los que se han sometido otros sectores de la economía en virtud la retórica política de constricción y ajuste de cinturón.
Lo anterior establece un clarísimo incentivo espurio y perverso, sigue la retórica discursiva con la que se ha pretendido justificar la razonabilidad de las decisiones fiscales, según la cual los sectores de la población de menores ingresos, pagan el precio de las decisiones políticas prebendistas y acoquinadas.
Afirmar que no estamos en crisis gracias a las decisiones del gobierno dice mucho del tamaño de las gónadas de quien lo afirma.
2. Indicadores de desempeño. Importantes indicadores como el crecimiento económico, el mercado laboral, el crédito, el ingreso de las familias y la pobreza exhiben un deterioro palmario, veamos:
La tasa de crecimiento del PIB real pasó de de 4.2% a 2.6% (a setiembre de 2019, según datos del Banco Central), el nivel más bajo de los últimos 20 años.
El índice Mensual de Actividad Económica, al primer semestre de este año, registró una variación interanual de apenas 1.6%, es decir se desaceleró en 0.2% con respecto al año anterior. Según los datos más recientes en promedio su comportamiento tiende al estancamiento (0% recientemente, según datos del IEN)
El consumo de los hogares se desaceleró también. Éste sector representa cerca de un 50% de la demanda total, desplomándose de 4.6% a 1.9% para el año anterior. Lo cual es sensato si pensamos que el peso relativo de la más reciente Reforma Fiscal, tiene un efecto regresivo; era sabido que la demanda interna se iba a deprimir (un total contrasentido).
Los ingresos de los hogares, evidentemente se ven afectados, según INEC y la ENAHO 2018, el ingreso neto de los hogares disminuyó en términos reales en 3.6% con respecto al 2017; aunado a lo anterior tenemos el hecho de que entre abril de 2018 y junio de 2019 aumentaron las tasas de subempleo, desempleo y desempleo ampliado, en cerca de dos puntos porcentuales. Así, el desempleo pasó de 10,3% a 11,9%, el desempleo ampliado de 11,5% a 13,6% y el subempleo de 7,2% a 10,3%. La tasa de desempleo de finales de 2018 fue la más alta en una década.
El Plan Escudo de 2009 disparó el gasto público exponencialmente y para sufragarlo nos endeudamos. Duplicamos la deuda del Gobierno Central para el año 2018 (pasando de 24% a 54% del PIB). En otro artículo publicado el 13 de octubre del año anterior (Efectos de la acumulación de deuda) se indicó que aunque el recurrir al endeudamiento era una cuestión casi inevitable, el problema surgiría cuando la acumulación sobrepujara el flujo de capital, provocando un efecto conocido como Debt Overhang, que pone en solfa el crecimiento (como efectivamente está ocurriendo).
El superávit que ostentásemos en 2008, se gastó. Pasamos de un 0.2% del PIB a un déficit de casi 6% en 2018, demostrando el franco aumento de nuestra insolvencia en este período de 10 años. La insolvencia y consecuente falta de liquidez se ha querido retardar mediante la aprobación de otros tipos de financiamiento, creando un ciclo de constantes golpes de reloj: primer semestre del 2018 cae la liquidez, en setiembre se aprueban las Letras del Tesoro; en noviembre el saldo de liquidez es el más bajo de la década y en diciembre de 2018 se aprueba la Reforma.
Si bien mejoraron los saldos, los recursos duran poco y los niveles de recaudación no son los esperados, temo que se debe a que la recaudación óptima se haya ya alcanzado (Laffer en una servilleta lo habría notado antes).
En términos de pobreza, según el enfoque de línea de pobreza, más de una quinta parte de los hogares costarricenses es pobre (21.1% en 2018), es decir cerca de 1 150 000 personas. El dato no es más halagüeño en perspectiva regional, puesto que en la Región Chorotega la pobreza aumentó en 3.6% (casi 30% en 2018), por ejemplo, y las personas más afectadas por las oscilaciones en los niveles de pobreza son los menores y las mujeres con baja escolaridad.
3. Lo sistémico. A pesar de haber incluido la pobreza entre los indicadores coyunturales, el fenómeno es fundamentalmente sistémico y estructural. Sin embargo el deterioro y la erosión de los caracteres integrales tienen directa relevancia en el desempeño de los indicadores coyunturales mencionados en el punto anterior.
El cortoplacismo que nos es propio, fomenta la acumulación de los rupturismos y marginaciones, evita las actuaciones en perspectiva temporal y debilita la efectividad de las, ya de por si escasas, políticas públicas.
Persisten esquemas de desarrollo basados en productividad, desasociados de la perspectiva de desarrollo regional, y desaparejados de las ventajas territoriales, esto por cuanto históricamente nuestra economía tiende al vallecentralismo.
El bloque de protección social se muestra harto ineficiente y se ve deslegitimado por las pérdidas por corrupción, que nos cuesta aproximadamente un 7% del PIB. Lo cual no es favorable para la moralidad general a propósito de cómo se percibe el ámbito de lo público.
Los millenial costarricenses solo conocen un tipo de país: una Costa Rica altamente desigual. Desde 1985 el comportamiento de la medida de la disparidad en la distribución del ingreso ha sido bastante regular, entre 1986 y 1998 oscilamos entre los 46.8 y los 45.5 puntos del índice Gini y los siguientes 3 años la tendencia fue al crecimiento sostenido, hasta alcanzar el nivel de 52 puntos en el año 2002 y dos quintas partes de la población costarricense acumula más del 70% de la riqueza total y una quinta parte solamente, más del 50%.
Aún está latente el problema del crédito, actualmente en un período de 8 años se ha aumentado en un 45%, pero ojalá eso se debiera solamente a un dinamismo del consumo, pero las tasas de interés de usura cobran entre el 40 y 49%
Someramente este es el esbozo de país en el que vivimos, desde una óptica tan templada y austera parece que la observación está viciada de pesimismo; con gran embargo me temo que ese no es el caso, realmente nuestra economía se encuentra en un estado de visible deterioro. Lo que antes denomináramos “el tormento del observador” debe servirnos ahora de elemento revulsivo para romper con el ciclo de admoniciones enquistadas, del determinismo de la inacción y la conflagración de guardar silencio.
LUIS CARLOS OLIVARES
luigyom@hotmail.com