Dinámicas hormonales del estrés durante el embarazo

MÓNICA CRUZ ALVARADO

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¿Podría usted pensar que un aumento natural de las hormonas del estrés podría tener alguna buena utilidad durante el embarazo?

Probablemente la respuesta a esta pregunta sea no.  Y es normal, numerosos estudios han demostrado que el estrés prolongado y severo es realmente perjudicial para el embarazo.  La evidencia indica que cuando los niveles de hormonas de estrés son elevados, las mujeres tienen menos probabilidades de quedar embarazadas y más altas probabilidades de sufrir una pérdida o aborto espontáneo.   En tales condiciones, es común que el bebé nazca de forma prematura, con un peso inferior al esperado, y que estos niños y niñas lleguen a presentar un desarrollo más lento, e incluso algunas enfermedades metabólicas en su vida. 

No obstante, en las últimas décadas, la ciencia ha encontrado que las mujeres embarazadas cuentan con un mecanismo natural auxiliar para contrarrestar el impacto de la angustia y el estrés en su salud y la de sus bebés.

El lado negativo del estrés

Cuando nos estresamos – ya sea por una situación real en nuestro ambiente o por una situación que imaginamos – nuestro cerebro segrega una hormona llamada hormona liberadora de corticotropina (CRH, por sus siglas en inglés).  Esta hormona se encarga a su vez de liberar hormonas glucocorticoides de estrés, como el cortisol – una de las más famosas hormonas del estrés.   

Complejos procesos hormonales y químicos suceden en nuestro cuerpo y el resultado es una estimulación, tanto de nuestro cerebro como de nuestro cuerpo, que entra en “modo de crisis”.  La respiración y el pulso se aceleran para que haya más oxígeno disponible en nuestro cuerpo.  Los niveles de azúcar aumentan, previendo un mayor consumo de energía ante alguna respuesta que el organismo tenga que tomar.  Y procesos que se consideran no esenciales en el corto plazo, como la digestión, el crecimiento, y la recuperación, pasan a un segundo plano de forma temporal.  Cuando estamos en modo de crisis o modo de alerta, el cuerpo se prepara para responder. 

Una vez que la crisis ha pasado, los niveles hormonales vuelven a la normalidad, es decir, a niveles bajos como los que idealmente teníamos anterior a la situación amenazante.  Pero cuando nuestra “normalidad” es tener altas concentraciones  de esas hormonas porque el estrés ha sido constante, el cuerpo sufre por la sobreexposición a estas hormonas y entonces observamos síntomas como insomnio, dolores musculares y de articulaciones, susceptibilidad a infecciones, cambios de peso, entre otros, que emocionalmente también pueden conducir a cuadros de ansiedad e incluso depresión. 

Cambios de las hormones del estrés durante el embarazo

En las mujeres embarazadas los niveles de CRH aumentan exponencialmente durante el segundo trimestre del embarazo.  Este aumento tan marcado de hormonas del estrés es motivado por la placenta, que es un órgano controlado principalmente por el ADN fetal.  Los genes del feto impulsan a la placenta a producir su propia ración de hormonas y estas llegan a la madre a través del flujo sanguíneo.  

Al  parecer, esta disponibilidad de CRH cumple diferentes funciones en la vida del feto: suprime el sistema inmune de la madre, lo cual previene que el cuerpo de la madre ataque al feto, posteriormente ayuda a regular el flujo entre la placenta y el feto, y parece ayudar al desarrollo de los órganos del feto – incluyendo sus pulmones, así como con el tiempo del parto.  

Comúnmente se esperaría que este aumento de CRH estimule una sobreproducción de glucocorticoides en la madre, sin embargo, para que esto suceda, esa hormona debe proporcionar receptores especiales al cerebro, de otra forma, el cerebro no capta a dichas hormonas.  No obstante, se ha observado que las mujeres embarazadas producen altas cantidades de una proteína de unión a la hormona de liberación de corticotropina o CRH (llamada CRHBP, por sus siglas en inglés) que evita que  la CRH sea reconocida y utilizada por los receptores, llevando a que la mayoría de CRH extra sea devuelta como biológicamente inactiva.  

Desde el punto de vista de la madre, esa “inactivación” ayuda a que la mujer reaccione en menor medida a agentes estresores agudos.  De esta forma, el sistema de respuesta al estrés se ajustaría o adaptaría a niveles altos de cortisol «desconectando» señales subsecuentes de estrés.  En esta línea, en algunos estudios se ha observado que mujeres en etapas avanzadas de embarazo no muestran un aumento de cortisol después de someterse a estresores en los experimentos.  

Diversas investigaciones indican que en los primeros trimestres del embarazo las respuestas fisiológicas a estresores psicológicos y fisiológicos son más bien leves, atenuadas, llevando a una disminución de respuestas automáticas y de respuestas de cortisol en el cuerpo.  Incluso se ha observado una caída de las respuestas del estrés conforme avanza el período de gestación. 

En este sentido, se ha observado una hipervigilancia neuronal  y un aumento en la capacidad de reconocer de forma acertada gestos faciales “negativos” en otras personas,  como las expresiones temor, ira o enojo.  

Asimismo, se han realizado investigaciones que analizan el embarazo y las reacciones neuronales a señales químicas de ansiedad, lo cual resulta relevante ya que en los seres humanos el estrés se puede experimentar “de segunda mano”, es decir, “contagiar” a nivel subconsciente a través de señales químicas, como por ejemplo, a través de partículas de olor de personas que tienen mucha ansiedad.  Los resultados de estas investigaciones demuestran que el procesamiento de señales químicas de ansiedad progresivamente decae durante el embarazo, y este efecto se produce muy probablemente sin que medie algún control cognitivo. 

Las autoras y los autores de un estudio sobre embarazo y olor de reacciones emocionales de ansiedad comentan que “dados los riesgos substanciales para la salud de la madre y el infante que pueden resultar de la angustia de la madre durante la gestación, un procesamiento químico-sensorial alterado y en disminución de las señales de ansiedad durante el embarazo probablemente refleja un mecanismo básico de protección para el feto contra el estrés materno que se deriva del contagio emocional automático”. 

Las personas profesionales de la salud mental sabemos que, en el caso de los seres humanos, las respuestas del estrés no siempre están relacionadas con factores objetivamente reales, sino que  nuestros propios pensamientos – que pueden ser muy subjetivos y anticipatorios – tienen también la capacidad de disparar en nuestro cuerpo toda una amplia gama de reacciones fisiológicas, emocionales y cognitivas ante una percepción de amenaza.   En este sentido, las particularidades químicas y hormonales ayudarían a contener ese grado de subjetividad reduciendo la interpretación individual, de tal forma que el feto no se vea innecesariamente expuesto a situaciones fisiológicas que pongan en riesgo su vida como resultado del estrés de la madre.   

Esto resulta particularmente interesante desde un punto de vista evolutivo, ya que dichos cambios hormonales evidencian el objetivo de brindar mayor protección ante potenciales amenazas y riesgos al encontrarse en un estado físico que hace más vulnerables a la madre y al feto. 

Función de las hormonas de estrés en el post-parto

En cuanto a los niveles de CRH y cortisol, la situación cambia en las últimas tres semanas del embarazo, cuando los niveles de CRH aumentan incluso más y las proteínas CRHBP disminuyen.  Entonces altas cantidades de CRH se encuentran disponibles y biológicamente activas, coincidiendo con un aumento de los niveles de cortisol.  

Los niveles de cortisol generalmente comienzan a aumentar a partir del segundo cuatrimestre del embarazo, pero alcanzan un punto máximo hacia el final del período de gestación.  En las semanas previas al parto, los niveles de cortisol son dos o tres veces por encima de lo normal, similares a los niveles de cortisol que se observan en las personas que presentan cuadros de depresión mayor o síndrome de Cushing – a veces llamado hipercortisolismo.  

Los altos niveles perinatales de cortisol también se han relacionado con una maternidad mucho más alerta en mamíferos, y los estudios con madres humanas muestran resultados similares.  Se ha observado que las madres con niveles más altos de cortisol después del parto muestran conductas de mayor atención, observación y contacto con sus bebés.  Otros estudios señalan que las madres que demuestran mayor atención al llanto de sus bebés también presentan mayores niveles de cortisol.  

Si imaginamos un ambiente natural donde una hembra en estado de embarazo, de cualquier especie, debe aventurarse en el mundo para conseguir su alimento, encontrar refugio y a la vez protegerse y proteger su bebé en gestación de las amenazas reales del mundo exterior, encontraremos que tiene mucho sentido que la naturaleza nos haya permitido evolucionar para tener más valor para hacer frente a esa gran tarea, sin paralizarnos.  Por otro lado, también tiene sentido que, una vez que su bebé ha nacido y se encuentra vulnerable, esa madre pueda prestar mucha más atención a los riesgos y amenazas del medio para protegerle.

Finalmente, más allá de las herramientas que Madre Naturaleza nos brinda, lo cierto es que además de las explicaciones neurobiológicas, otra fuerza aún poco estudiada en esta área parece tener un rol protagónico: la resiliencia.   En este sentido, desde la psicología estudios recientes nos muestran que la resiliencia ejerce un papel protector frente a los efectos negativos del estrés, tanto a nivel psicológico como biológico, teniendo un efecto que se produce durante el embarazo y después del parto.  Esto nos da una idea de las múltiples formas en que las madres y sus cuerpos pueden proteger a sus bebés, aún en situaciones adversas.

Mónica Cruz Alvarado

Psicóloga, Investigadora y Especialista en 

Políticas Públicas y Justicia de Género

mcruzpsico@gmail.com