Déjà Vu geopolítico en Birmania (Myanmar)

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La cohabitación entre la Dama (Aung San Suu Kyi) en busca de democracia y el todo poderoso General Min Aung Hlaing (en busca de la paz militar), ha llegado a su fin. El experimento democrático con los militares a su espalda, vigilantes de lo que la Dama vaya a decir o hacer los pueda afectar, hicieron imposible la consumación de una realidad deseada desde 1990 cuando San Suu Kyi ganó las elecciones abrumadoramente. Y como en toda transición de lo militar a la democracia (fenómeno muy presente en nuestra América Latina), en aquel entonces los militares se las arreglaron para hacer los cambios necesarios en la Constitución Política birmana, que los protegiera de ser enjuiciados y seguir ejerciendo el poder desde los cuarteles, garantizándose puestos de autoridad permanente donde no se requiera de una orden del poder civil para su ejecución. 

Amada en Myanmar y cuestionada en el exterior por no denunciar los horrores del ejército y de los grupos armados contra la minoría Rohynga, hoy San Suu Kyi está nuevamente en arresto domiciliario con cargos a lo interno quizá infundados. Un nuevo golpe se trajo abajo los 10 años de experimento democrático. En el ámbito internacional a San Suu Kyi se le achaca preferir mantenerse en el poder mediante un ejercicio democrático muy débil y en medio de una constante tensión con los militares, que denunciar como correspondía la matanza de los Rohyngas. Dado su comportamiento contrario a la esencia moral de su puesto como gobernante y Nobel de la Paz, la ONU la llamó a cuentas, así como la Unión Europea, y el Tribunal Penal Internacional (TPI). En la TPI la Dama mostró un enojo tal de creer que no se llama a declarar a una Premio Nobel de la Paz, intocable, superior y hasta una Diosa, así y de muchas otras formas se refieren a ella en Myanmar.

Myanmar es una nación resquebrajada en 135 etnias y 4 movimientos guerrilleros que cruzan las fronteras con Tailandia desde hace más de 30 años. La diversidad de pueblos son prueba de un pasado muy violento mucho antes de su independencia y que poco ha variado pese a la “paz” de los militares. El bamar es el grupo étnico mayoritario entre los diversos pueblos que fundaron la Unión de Myanmar. Por lo general el grupo mayoritario goza de todos los derechos existentes y por su origen ostentan los cargos políticos y militares más importantes. Otras siete minorías configuran estados de la antigua Birmania, llamada la Unión de Myanmar con el propósito de romper su pasado colonial con Reino Unido. Sin embargo, lo que sucede en la historia allí se queda. Los pueblos más importantes de Myanmar: Chin, Kachin, Kayah (Karenni o Karen), luego convertido en el Ejército de Dios de los Karen liderados por los míticos niños Johnny y Luther Htoo, considerados inmortales en los años 90), Mon, Rakhine (Arakan) y Shan. Los británicos en la Segunda Guerra Mundial ya derrotados por los japoneses que invadieron Birmania, decidieron armar y entrenar a los Rohyngas musulmanes para luchar contra los japoneses. Los budistas aliados de los japoneses con el propósito de derrotar a los británicos fueron presa de los Rohyngas; miles de budistas fueron masacrados y cientos de templos destruidos. Odio, sectarismo, segregación racial, exclusión caracterizan a ciertas sociedades multiétnicas. Se disparan las venganzas y se justifican los ataques, así como la desaparición o desplazamiento forzoso de pueblos enteros, llevando al genocidio. En los países donde la consolidación del Estado-Nación es superfluo o del todo desconocido, las fronteras étnicas son más fuertes que las fronteras en los mapas trazadas por propios y ajenos. Lo vemos en África y Oriente Medio de cómo las potencias coloniales trazaron arbitrariamente líneas fronterizas, aún hoy en medio de reclamos entre gobiernos. Estos estados de ánimo social o de inestabilidad política, étnica o religiosa, dan paso a que los militares en cualquier país y en este caso en Myanmar, encuentren como solución los golpes de Estado, tomar el poder e imponer la “paz” militar.

Desde el 2018 empezó la persecución de 400.000 musulmanes de la etnia Rohingya, misma que representa más de un tercio del total de este colectivo han tenido que abandonar el estado meridional de Rakáin para refugiarse en Bangladesh. Tras una serie de altercados violentos entre grupos armados locales (paramilitares armados) y las fuerzas de seguridad estatal, el ejército birmano, conocido como el Tatmadaw, emplearon la campaña de tierra quemada o tierra arrasada, es decir eliminar todo lo viviente y lo que represente culturalmente una etnia en la región. Este tipo de campaña militar o paramilitar consistió en rodear aldeas Rohingya, disparar indiscriminadamente a sus habitantes, robar sus tierras, destruir sus casas y después prender fuego a los asentamientos, tal y como sucede con los palestinos 

 La respuesta de San Suu Kyi, fue el silencio. La Dama de Hierro de Asia o la “Mandela” de Asia como también se le conoce, mantuvo un silencio escandaloso y poco ejemplar para su estatus de Premio Nobel de la Paz, de Ciudadana de Honoraria de Canadá, de Embajadora de Conciencia de Amnistía Internacional, Galardón de los Derechos Humanos de Oxford; hoy todos estos premios revocados, a excepción del Nobel de la Paz que se mantiene por siempre. La paradoja de su gestión como gobernante consistía en tener poder para lo que convenía al ejército (bloquear la ayuda humanitaria a los Rohyngas) y no tener poder para lo que podría afectarle a ella o a los militares (y evitar responsabilizarlos de la matanza). El ejercicio democrático no era más que un espejismo, hacer parecer lo que no es para los medios de comunicación y para la opinión pública internacional. Varios premios Nobel, entre ellos Desmond Tutu o Dalai Lama han exigido que se le retire a San Suu Kyi el Premio Nobel de la Paz. Esperanzas tan elevadas que hayan caído de forma cruenta, sobre todo de una comunidad internacional que en otros conflictos étnicos ha sido más severo, Myanmar ha sido una complaciente excepción que de la verborrea diplomática no ha pasado. De Occidente se esperaba más exigencia, aunque de Rusia y China no, dado que la posición geopolítica de Myanmar para estas dos potencias pesa más que los derechos humanos. Siempre he manifestado que existe una incompatibilidad entre la geopolítica y los derechos humanos, lo primero se superpone por el poder y lo segundo cuando un gobierno lo requiere como estrategia de relaciones públicas o un falso sentido de humanidad. 


En la escalada de violencia contra los Rohyngas los apoyos internacionales a Myanmar, en particular al ejército birmano, imposibilitan una solución expedita, o incluso una condena clara de los acontecimientos. En el “gran juego” que se libra por el futuro del país, los Rohingya ni siquiera son peones prescindibles, son más una molestia para las piezas geopolíticas por la inconmensurable riqueza en minerales que representa el país. La voracidad extractiva en Myanmar está a cargo del ejército mediante grandes contratos con compañías transnacionales o gobiernos. Al final del largo túnel de evasivas por parte de Occidente, dejan en claro que China y Rusia son más sinceros. No condenan ni protestan, solo siguen con su proyecto geopolítico en Myanmar. Si un grupo étnico está en una zona o región rica en minerales estratégicos y su presencia representa un problema para los intereses de gobiernos o compañías transnacionales, no se entiende como un dilema humanitario sino como una cuestión geopolítica.

China es la potencia que ha dado su apoyo abierto a la junta militar entre 1988 y 2010. Cuando San Suu Kyi llegó al “poder” las autoridades chinas intentaron congraciarse con ella y así poder continuar con los gigantescos proyectos de infraestructura, algunos muy cuestionados y detenidos. A China le urgía un equilibrio entre el poder simbólico de San Suu Kyi y de reconocimiento internacional y el poder real del ejército. China también ofrece zanahorias a través de ambiciosos proyectos de infraestructura que podrían generar empleo y estimular la economía renqueante de Myanmar. Por lo general estos proyectos, como la central hidroeléctrica de Myitsone o el desarrollo del puerto de aguas profundas en Kyauk Pyu, están dirigidos a satisfacer las necesidades energéticas del gigante asiático, así como los proyectos en África. Quizá muchos no sepan que China juega un papel clave en Myanmar ya que brinda cooperación en el desarme de varios grupos alzados en armas y que ofrece una alternativa autoritaria como la que históricamente se ha ejercido en Myanmar por décadas.

China ya ha invertido 10.000 millones de dólares en Myanmar, además de obtener un 85% de control de la infraestructura construida. La costa birmana y el sur de China se unirían a través de gasoductos y oleoductos, única forma segura para que Pekín satisfaga su demanda de hidrocarburos provenientes del Océano Índico. Así Pekín resolvería el llamado “dilema de Malaca” en Indonesia, de fácil bloqueo por cualquier país hostil por donde transita la mayor parte de la demanda china de hidrocarburos.  Las tensiones que tiene Pekín con Estados Unidos por el avance chino sobre las aguas del Sur de China, tienen como telón de fondo la gran Ruta de la Seda, el ambicioso proyecto para entrelazar los mercados de Europa y Asia, a través de vastos corredores terrestres y marítimos que conectarían con las Islas Spratly y de las que China podría reclamar mar territorial para su territorio continental. Para ello es necesario el “cinturón de perlas”, una red de puertos que China ya ha construido a lo largo del Océano Índico y que además convergen con dos centros de gravedad dominados por Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en la Isla de Guam en el Pacífico y la Isla Diego García en el Índico. Gwadar, en Pakistán, está en el extremo occidental de la red. Kyauk Pyu cubre el flanco sur. No por casualidad el enorme puerto chino en Birmania se encuentra en el estado de Rakáin, región de los Rohyngas musulmanes. De todas maneras, las autoridades chinas no tienen buenas relaciones con los musulmanes de Xinjiang, por qué habríamos de creer que será distinto en Birmania.

La necesidad china de complacer a Myanmar, tanto en tiempos de la junta militar como de la época de San Suu Kyi, se traduce en una defensa férrea de sus decisiones ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En ocasiones esta política se ha visto camuflada de una lucha contra el extremismo islámico del que resulta fácil aferrarse para justificar lo que convenga contra los musulmanes. Y, por otra parte, Occidente cree hacer un gran trabajo al imponer sanciones en la venta de armas al ejército birmano cuando Rusia, India, Israel y China tienen un gran mercado allí y hoy son los mayores vendedores de armas al ejército birmano. 

 Los países en la región del collar de perlas chino, Laos, Camboya, Vietnam, Tailandia, Myanmar (Birmania) se debaten entre tener una relación con Estados Unidos o con China; otros como India se aproximan al gobierno birmano (Myanmar) y evitan su acercamiento a China. Mientras China avanza, India contiene. Para contener la expansión de Pekín en el Océano Índico que es a la vez centro de gravedad de Estados Unidos, Nueva Delhi tiene gigantescos planes de cooperación económica e inversión en infraestructuras con Myanmar. Complaciente con Myanmar, la India también tiene un historial de persecución contra los musulmanes con la separación del Pakistán musulmán en 1947El primer ministro Narendra Modi, del partido hinduista BJP, en su época como gobernador del estado de Gujarat dio persecución a los musulmanes de esa región. Quizá lo más lamentable es cómo un mundo musulmán de mil millones de personas no hay protestas en contra de las matanzas de musulmanes en otros países. Si la moralidad de por sí ya es escasa, la solidaridad también.

Occidente está dividido respecto de lo que sucede en Birmania mientras que las posturas de China, India, y Rusia son muy claras; el Estados Unidos de Trump fue errático en su política exterior en Asia centrando su energía solamente contra China y su guerra comercial. Hoy Biden enfrenta, ante el reciente golpe de Estado contra San Suu Kyi, el dilema para construir una política exterior en Asia, como aquella que recalcó muy bien en 2016 Grahan Webster en su artículo Foreign Affairs, “Making Good On The Rebalance To Asia: How to Move Beyond The Status Quo With China”: En ese entonces se urgía a que Estados Unidos superara el síndrome de Vietnam que lo alejó por décadas de Asia y que dio paso a China en su inexorable y silencioso avance”. Huele a segunda guerra fría. Es comprensible que ante cada cambio de gobierno en Estados Unidos se den cambios en materia de política exterior y se enfoque con más fuerza en una región que en otra. La ventaja que tiene China es que su política exterior sufre cambios mínimos y está muy bien amalgamada de poder suave, poder inteligente y poder agudo, (el poder duro lo tiene de reserva), variables mismas que definen claramente sus intereses geopolíticos con suma rapidez. Y mientras tanto en Myanmar sigue amaneciendo con una estampa muy similar a la de hace medio siglo: soldados y tanques patrullando por las principales ciudades del país.