De pollos decapitados e historias de terror

HELEN AMRHEIN

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El terror. Ese placer culpable que gravita entre el disfrute y el miedo.  Una tenue frontera  visitada desde la niñez. Quién diga que nunca ha pasado noches en vela imaginando súcubos, monstruos o vampiros que acechan en la oscuridad del dormitorio, miente. A pesar de los terrores sufridos, a pesar de los juramentos de enmienda, pareciera imposible alejarnos de esas historias que amenazan nuestra paz y que son tentaciones negadas en las que construcciones del  bien y el mal se disputan el territorio del yo. 

Al crecer cambian los monstruos infantiles pero nuestros temores, ahora transfigurados en amenazas de pecados y fuegos eternos; en acechanzas de ideologías económicas prestas a devorarnos; en fluctuaciones de la bolsa que nos despojarán de lo que es nuestro; en orgullos maltrechos que se aglomeran tras conspiraciones esquizoides; ahora, sin más, nos acompañan a lo largo de la vida. El miedo no enfrentado encuentra terrenos fértiles desde los que engendrar pánicos que se contagian y crecen a la penumbra de medias verdades.

En el campo, las historias de terror son, si se puede, más terroríficas. Tal vez porque al convivir de cerca con la naturaleza y sus vicisitudes se acrecienta esa resignación de estar a merced de los elementos imposibles de controlar. Así abundan las historias de  esos espíritus que por la noche devastan los campos y de oscuridades que guardan animales  o almas en pena que acechan a aquellas personas díscolas que osan romper con los límites del deber ser. 

De niña sabía que la única forma de matar una culebra era destripándole la cabeza. De lo contrario la cabeza decapitada podía sobrevivir el tiempo necesario para morder. Un vecino disfrutaba aterrorizándonos con historias macabras sobre pollos a los que luego de cortarles la cabeza, el cuerpo se negaba a morir, o de cómo los duendes perdían niños y estos nunca aparecían. 

Hoy con un retorno a mis miedos infantiles, descubrí que las historias de los pollos descabezados son ciertas. Existió un pollo sin cabeza que vivió 18 meses decapitado. El pobre bicho fue, durante ese año y medio, alimentado con una jeringa directamente en el hueco, que como cráter expuesto, quedó de lo que una vez fuera su  esófago. 

Los Olsen eran unos granjeros comunes y corrientes que tuvieron la suerte o la desgracia de haber cruzado la frontera de lo que se suponía posible. Una tarde como muchas otras, se sentaron a matar los pollos que llevarían al mercado para la venta semanal. El señor Olsen con la parsimonia de todo buen verdugo, les cortaba la cabeza con un tajo experto, luego tiraba los cuerpos en una caja a la espera de que su mujer los desplumara. Una danza macabra perfectamente acompasada a fuerza de años de repetición. Hasta que ese 10 de septiembre de 1945, al ir a agarrar a uno de los cuerpos para limpiarlo, la mujer gritó horrorizada: uno de los pollos sin cabeza vivía.

Aquella cosa con plumas, aquel cuerpo sin cabeza caminaba y respiraba. Sobrecogidos, los Olsen contemplaron sin saber qué hacer  a aquel cuerpo poseso que se negaba a morir. No se atrevieron a rematar la vida que se aferraba a ese cuerpo decapitado y decidieron dejaron al animal en una caja en el patio, con la esperanza  de que durante el transcurso de la noche al fin la muerte lo reclamara. Ni todos sus años de experiencia decapitando, desplumando y destripando pollos, los había preparado para ese horror inesperado. La cabeza, que yacía sin vida a los pies del cuerpo aún vivo, la guardaron en un frasco en un lugar seguro. No fuera a ser que también abriera los ojos de pronto.  

Por la mañana lo primero que hicieron fue ir al patio. Habían pasado más de doce horas desde la decapitación y allí estaba el pollo. De pie y respirando. Sin saber qué hacer, tomaron la caja con el pollo y lo llevaron al mercado. Allí mientras la señora Olsen vendía pollos muertos y desplumados, el señor Olsen ganaba dinero con los incrédulos. “Te apuesto a que tengo un pollo sin cabeza que está vivo”, decía el viejo Olsen entre risas. Ese día hicieron más dinero con las apuestas que con la venta de los pollos. 

La historia se esparció con la facilidad con la que se esparcen las intrigas en un pueblo. Desde lejos llegaron reporteros. Niños y adultos hacían fila para ver al animal. Un buen día llegó el dueño de un espectáculo errante con monstruos verdaderos y otros inventados.  El juego del horror que recorría los pueblos exhibiendo como espectáculo para las pobres almas cuyo pecado era habitar la frontera desde la que se azuzan los miedos. La mujer barbuda, los enanos siameses, el hombre elefante, la cabra con cuatro ojos y ahora el pollo sin cabeza.

 El pollo fue creciendo y ganando peso. Lo alimentaban con una jeringa directamente en el hueco que se asomaba en la concavidad que otrora fuera pescuezo. Lo llamaron Mike el pollo milagroso, como una forma de despistar demonios y a exorcistas. El negocio floreció. Dicen que llegaron a ganar hasta 4.000 dólares diarios con su pollo decapitado, hasta que 18 meses después en un descuido, el pollo se atragantó y murió asfixiado.

La existencia y longevidad de Mike el pollo milagroso está ampliamente documentada en multitud de reportajes gráficos en periódicos y revistas de la época. Aún hoy, guarda un podio muy  difícil de disputar al poseer el récord Guinnes del pollo sin cabeza más longevo del mundo. Esta historia la vi por primera vez en una página que se dedica a la divulgación de temas científicos en Facebook. 

A pesar de su veracidad y su fácil corroboración, esta historia de 1945, en pleno año 2021, sirvió para que el miedo y la irracionalidad campearan amenazantes. La oscuridad de la historia de pronto debía ser exorcizada, borrar toda evidencia de su veracidad. El pollo descabezado amenazaba la paz de los mundos felices construidos con la argamasa de la negación de la ciencia y del conocimiento. El violento control que pretende destruir todo aquello que sea incómodo o que cuestione la fragilidad de utopías personales, ha resucitado o quizá nunca ha muerto sino que cómo un fantasma, habitaba nuestros entornos a la espera del momento oportuno para dejarse ver.

 De nada valen los diversos estudios que atestiguan los conocimientos que gracias a los 18 meses de sobrevivencia de Mike decapitado han  aportado a la ciencia, cuando las mentes obtusas petrificadas por sus temores no asumidos ejercen posiciones de poder cuál nuevos Torquemadas, espíritus poseídos por absolutos moralistas. La historia de Mike es macabra sin duda, pero un tajo fortuito como el que lo decapitó de forma tan perfecta, ha sido irrepetible aún casi 80 años después. El tajo fue tan exacto como para cercenar la cabeza de forma tal que dejara intactos, parte del bulbo raquídeo y el cerebelo. Todo un hito que ha permitido entender y estudiar las funciones del cerebro y establecer cómo fue posible que las partes que quedaron incólumes, asumieran las funciones de ordenar la  respiración y el bombear de la sangre en lo que quedaba del pollo.

Hoy sin embargo, bajo el peso del odio, de la ignorancia y del temor a todo lo que no se comprende, Mike el pollo milagroso ha muerto de nuevo. Si permitimos esta insensatez, terminaremos nuevamente en reuniones secretas discutiendo temas tan escandalosos como que la Tierra no es el centro del universo o que nuestro planeta no es plano y que para colmos gira alrededor del Sol.  Cada vez más grupos bajo falsas premisas de libertad, pretenden que se prohíba enseñar a Darwin en los colegios. Pretenden que sus hijos sigan creyendo que los eclipses los causa un dragón y que cuestionar dogmas es causal unívoca del fuego eterno. Que los avances científicos especialmente en salud son mentira, ya se les olvidó o nunca han leído cómo antes de la existencia de las vacunas lograr que un hijo alcanzara los 5 años de edad era casi un milagro. 

Así como a estas personas les ha afectado tantísimo el relato de Mike, al punto de denunciarlo en redes y lograr que Facebook lo censurara, me imagino la hoguera de libros con que desde ya sueñan alimentar sus fuegos. Claro, cuando se enteren además que los estudiantes de medicina hacen disecciones con cadáveres, que sus libros de texto están plagados de fotografías y de descripciones asquerosas de hemorroides inflamadas, de penes y vaginas supurantes y de bocas repletas de pústulas arremeterán con más saña contra todo lo que puedan por amoral, por pornográfico e incitar a la necrofilia.   

 No podemos alegar ignorancia. La intolerancia disfrazada de derecho se pavonea por el mundo. No vaya a ser que cuando nos demos cuenta de que la amenaza que pende sobre nuestras cabezas no es mera retórica ya sea muy tarde, y  que como Mike el pollo sin cabeza, no hayamos visto ni sentido el tajo certero que nos cercenó la cabeza.

HELEN AMRHEIN

@hdelrin