¿Celebrar los derechos humanos en el 2019?
Hoy es 10 de diciembre de 2019. Hace 71 años la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la declaración universal de los derechos humanos. Durante estos días, varias organizaciones internacionales y nacionales han organizado eventos para conmemorar este día y para motivar, de manera muy diplomática, a quienes ocupan puestos de poder político para que cumplan las obligaciones que les corresponden de acuerdo a todos los instrumentos de derechos humanos que los Estados han ratificado. Sin embargo, esos gestos no solo son insuficientes sino que están vaciándose de sentido.
Yo no dudo, por un segundo, de la importancia vital que tiene esta plataforma internacional de acuerdos éticos, políticos y jurídicos mínimos. A pesar de las serias limitaciones que tiene y del doble estándar que imponen las potencias económicas dentro de los organismos como la ONU o la OEA, estoy convencida de que sin estos instrumentos, la situación política global sería aún más violenta y brutal de lo que hoy es. El campo de los derechos humanos es un terreno en disputa que no debemos abandonar.
Resulta muy revelador que son los grupos extremistas, como los partidos políticos religiosos, las organizaciones de extrema derecha o los gobernantes autoritarios, quienes con frecuencia instigan a la población con el discurso de abandonar los espacios multilaterales y denunciar los tratados de derechos humanos, para “defender la soberanía nacional y los valores morales tradicionales”.
Fabricio Alvarado usó ese discurso en su campaña política hace poco más de un año. Pero no creo que esa haya sido su idea. Es más probable que esa sugerencia haya sido planteada por alguno de sus asesores, más cercanos al catolicismo Opus Dei, que viene alimentando esa narrativa desde que la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió su sentencia contra Costa Rica por la prohibición de la fecundación in vitro. Y, claro está, la opinión consultiva sobre derechos humanos, diversidad sexual e identidad de género fue la gota que derramó el vaso ultraconservador.
Ahora bien, las debilidades de los sistemas internacionales de derechos humanos están provocando, con justa razón, un generalizado descontento y escepticismo acerca de su funcionamiento y relevancia, y las consecuencias de esta pérdida de credibilidad podrían ser fatales para las grandes mayorías. Los retrocesos en el campo de los derechos sociales, económicos y culturales, resultado de la creciente desigualdad y de la transformación del Estado basada en las premisas neoliberales (políticas austericidas [1], recortes fiscales para las grandes corporaciones [2], privatización o desmantelamiento de los servicios sociales) deben ocupar un lugar prioritario en la agenda de las organizaciones internacionales de derechos humanos.
Hace unos años encontré un grafiti que decía “Con hambre no se puede pensar”. El hambre es una violación de derechos humanos terrible, pero invisibilizada y naturalizada, y más brutal aun cuando quienes están sufriendo esa carencia, observan la acumulación y abundancia en manos de unos pocos. La desigualdad está carcomiendo las condiciones de posibilidad para una vida vivible y una convivencia ya no digamos pacífica, sino, menos violenta y hostil. La desigualdad hace trizas el pacto social. Por eso, el reto más urgente en materia de derechos humanos debe ser la disminución de la desigualdad. De lo contrario, muy pronto no tendremos nada que conmemorar el 10 de diciembre, más que el recuerdo de las aspiraciones políticas por un mundo mejor, que acercaron a los países luego de la Segunda Guerra Mundial.
[1] Al respecto ver los más recientes artículos del Premio Nobel en Economía, Joseph Stiglitz
[2] En Costa Rica, algunos economistas han argumentado que la reciente reforma fiscal, si bien es regresiva, constituía una alternativa menos regresiva que no hacer nada y dejar que el ajuste viniera “solo”. Sin embargo, ha quedado en evidencia que las grandes corporaciones están recibiendo un trato absolutamente preferencial en comparación con la carga que tienen las pequeñas empresas y los trabajadores por cuenta propia.
GABRIELA ARGUEDAS
@maga72