A la vuelta de la esquina, cuarenta años
En una nota publicada el pasado 16 de junio se menciona que “es posible que el Fondo Monetario Internacional autorice el envío -para dentro de unas dos semanas-, de la primera partida de un fondo de 360 millones de dólares que probablemente su junta de directores apruebe como un acuerdo de contingencia ampliado, solicitado por nuestro país y que serían girados en un lapso de tres años.
De aprobarse el acuerdo el próximo miércoles podría autorizarse, una semana después, el envío de una suma correspondiente a la partida del primer año, que no podría ser mayor de 63 millones de dólares, lo que algunos economistas locales consideran, de cualquier manera, absolutamente insuficiente como para poder hacer frente con ello a las más perentorias necesidades del país.
El Convenio, que seguramente será aprobado el próximo miércoles, contempla para el día 30 de junio corriente, una evaluación hecha por autoridades del FMI sobre las acciones tomadas por Costa Rica para cumplir con todas las promesas hechas a la entidad reguladora internacional para poder obtener de ella la firma del Convenio Ampliado. Si el país “pasa el examen” es posible que inmediatamente después se gire otra partida de unos 42 millones de dólares para llenar la cuota del primer año”.
La aprobación de esta partida depende de la adopción inmediata de una batería de medidas de política económica entre las cuales destaca la solicitud de mantener controlada la inflación, al mismo tiempo que se plantea un aumento de impuestos al consumo, recortes al gasto público y hasta la venta de activos estatales.
En la misma línea, en una referencia editorial del 5 de junio, trascendía el siguiente llamado: “(...) esta dicotomía [desarrollo económico vs. equidad] nos ha hecho pensar en el verdadero sentido que debe tener la expresión “contenido económico” y la urgente necesidad de usar una nueva racionalidad en las decisiones relativas a la prioridad en la ejecución del gasto público”.
Lo anterior es aderezado por un conjunto de voces que apuntan a una crisis de apalancamiento de la Caja, que entronizan la aparente relevancia de nuevos recursos, para afrontar las vicisitudes producto de la coyuntura: “En vísperas de la firma del convenio con el Fondo Monetario Internacional (FMI) el Gobierno hace frente a una de las peores crisis de la Caja de su historia que amenaza con la paralización de obras públicas, el desabastecimiento médico y la práctica liquidación económica de la Caja Costarricense de Seguro Social”.
Si todo esto fuera poco, el desempleo abierto amenaza con profundizar el ya de por si frágil desempeño económico: el más reciente estudio revela que la tasa de desempleo alcanza niveles del 15%, es decir, “90 mil personas en todo el país”.
Se añade la discusión sobre el remozamiento de las líneas ferroviarias, los constantes llamamientos de parte de las cámaras empresariales que condicionan el sostenimiento del empleo a que el Gobierno atienda sus exhortativas sectoriales: “Una posible solución [dicen ellos] sería un pago extraordinario para que las empresas se mantengan operando hasta el 15 de julio, que es la fecha prevista por el Gobierno para hacer reajustes a los empleados públicos”, menciona la nota.
Pero aun en medio de una honda y cruda excepcionalidad algunas voces diáfanas saben señalar el subterfugio del problema: “(…) un sistema (…) económico anacrónico e injusto, contra los desesperados intentos de los [usuales] oprimidos ”.
En los medios de comunicación resaltan algunos términos concurrentes como la Caja, FMI, las exigencias de las cámaras empresariales, la crisis (cualquiera que esta sea), el tren y varias otras. Esos han sido los temas recurrentes en el debate público. Habrá quienes digan que de la combinatoria de sus asociaciones, los resultados se antojan indecibles y que nadie, ni aun golpeado de clarividencia, podría decir qué habrá de suceder con el devenir económico.
El mundo es tan reciente y tan desconocido, que muchas cosas hasta carecen de nombre, y para mencionarlas hay que señalarlas con el dedo. Nadie debe conocer su sentido mientras no se hayan cumplido cien años, diría G.G. Márquez. Es una hazaña imposible reconocer la dureza presentista dado un puñado de estertores desperdigados sobre un azulejo de dichos endogámicos que se saben de memoria el gesto histriónico de ver por sobre el hombro.
¿Recuerda usted donde estaba hace cuarenta años? Porque ninguna de las notas referidas pertenece a esa elusiva concurrencia que llamamos presente, sí son de junio y julio, pero de hace casi medio siglo. Todas son notas que corresponden a las diarias discusiones narradas en las crónicas de “La República” durante los años 1980, 1981 y 1982. Justo en medio de la crisis de Carazo.
Los casuales ocupantes de las investiduras de este tiempo parecen caricaturas de los Pepes, de los Monges y hasta de los Carazos (para algunos de memoria prostética). La “voz diáfana” (una de las pocas opiniones que revindicaban a los usuales perdedores de las crisis, en medio de la cronística avalancha), que entonces, tanto como ahora, no tenía nada de diáfana ni de lúcida, por el contrario, novel y adolescente, supo muy bien aprender de los defectos y oxidaciones degenerativas propias de nuestros tiempos: pertenecía a un Luis Guillermo Solís de 23 años.
Y ante el espurio ejercicio comparativo que cualquier incauto pueda realizar, habrá de rescatarse que las posiciones mezquinas y erradas de un sector de las camarillas empresariales, ha estado presente de forma infatigable desde tiempos inmemoriales, las voces que preconizaban la patriotera necesidad de vender activos, la carcoma de lo público y de lo común, a esos poderes fácticos de contumaz carácter, debemos reconocerles su persistencia en doloso error.
¿Cuánto hemos avanzado desde entonces? ¿Acaso estamos enfrascados en una suerte de desatino recurrente? Recreamos con pasmosa y desmemoriada indolencia un tiempo que nos es ajeno; a la vuelta de la esquina, los ochentas, tan borrosos, tan monocromáticos y tan de la sustancia de la que estamos hechos; parecen una pulsión almática astronómicamente cercana y real.
Ya conocemos el resultado de escucharlos. Ya sabemos las cosas que hace 40 años ocurrieron. Todavía nuestros padres y abuelos nos recuerdan cuán difícil fue reconstruirse, salir de los estancos con los puños apretados con arroz y un enojo impune que hoy se erige como un atardecer de desafectos febriles que confusamente recordamos y no queremos revivir.
LUIS CARLOS OLIVARES
luigyom@hotmail.com